Solemos leer en libros de historia algo que está en muchas revistas y diarios de hace no mucho tiempo atrás. Muchos de nosotros fueron testigo de una de las mayores tragedias de los últimos tiempos. Otros nacimos al poco tiempo nomás… no es algo lejano.
155 kilómetros de odio, miedo y exceso de poder. 186 torres de vigilancia. 70 km. de alambre espinado. Cientos de muertes y miles de historias que hielan la piel de sólo escucharlas.
Es difícil extender el brazo derecho caminando por Mühlenstraße, tocar el muro y no transportarse.
Siglo XXI, 2016 y caminando por East Side Gallery (considerada como la mayor muestra de arte al aire libre del mundo y a su vez la mayor parte del muro en intactas condiciones) es muy fácil sentirse abrumado, confundido, ínfimo. Sentir miedo, frío y hasta un poco de claustrofobia intentando cruzar de un lado al otro y no poder. Todavía falta 1 kilómetro para el próximo cruce. En honor y por respeto vale la pena caminar ese kilómetro sin poder cruzar e intentar sentir, por lo menos en una mínima parte, lo que fue Berlín hace 30 años atrás.
Caminar y seguir escuchando historias de intentos fallidos por cruzar el muro. Familias que un día despertaron y jamás pudieron ver a su esposo, su hermano, su hijo que había quedado del otro lado. Así de espantoso y crudo.
Si bien en todo Berlín hay pequeñas muestras del “Mauer”, el museo, y hasta la línea divisoria en el suelo por donde hace años pasaba el muro, East Side Gallery merece ser visitada y disfrutada. Simplemente pararse enfrente de una pintura y pensar.
Años de historia y sufrimiento contada a través del arte. Murales, dibujos, frases, imágenes y graffitis que nos dejan reflexionando un largo tiempo…
Definitivamente después de la visita a Berlín, hay un antes y un después.
#WANDERLUST
Muro de Berlín, comienzo de East Side Gallery |
17:00 hs. Pleno invierno. Hace mucho frío y está comenzando a oscurecer. Tristemente es mi último día en París, pero quiero disfrutarlo hasta el último segundo.
No tengo nada más que mi mochila, guantes, gorro, y bufanda. Me pongo los auriculares y le doy play a "City of Blinding Lights - U2" así recreo en mi mente una de las escenas más hermosas y motivadoras de mi película favorita, cuando Anne Hathaway ve por primera vez la ciudad y se encandila con tanta maravilla junta. Tanto resplandor, tanto lujo, tanto brillo, tanta elegancia...
Sin saber a donde voy, pero con un objetivo muy claro, empiezo a caminar. Es simple: quiero recorrer todo lo que pueda en estos últimos momentos de mi última noche en La Ciudad Luz.
Cámara en mano, me detengo cada dos segundos ante cada cafetería que me encuentro en el camino. Son perfectas. Cuidadas y delicadamente decoradas hasta el más mínimo detalle, llena de gente disfrutando un chocolate caliente con croissant o un crèpe tibio con nutella. Y están cada dos pasos. Claro... es París.
Cada barrio tiene su cultura propia, su estética definida. Los arrodisement (departamentos en francés, lo que en Buenos Aires llamaríamos 'barrios porteños') hablan por sí solos. Algunos con características alemanas, otras con toques que los inmigrantes africanos trajeron cuando emigraron de sus países natales. La bohemia y tan cultural estética del Barrio Latino. Todo es hermoso, único y diferente. Pero ciertamente todo es la misma ciudad. París lo reúne todo bajo un encanto enceguedor e hipnotizante. Es como dicen: París tiene ese "algo" que enamora.
Ya casi es de noche. Comienzo a caminar al borde del Río Sena y los típicos puestitos de libros y artistas que llenan la postal típica parisina están comenzando su retirada. Lo mismo sucede con los museos y los locales de compras, todo está cerrando. Pero dejan lo más importante: una ciudad vacía, preparada para ser recorrida. Los faroles empiezan a prenderse y todo se torna cada vez más pintoresco. París de noche tiene luz propia. Desde casi todos los puntos de la ciudad se ven las luces de la Torre Eiffel que visten e iluminan cada rincón. Un encanto difícil de explicar con palabras. Todo es oro, todo es elegancia.
Continúo retratando las calles, los autos, las avenidas, las fachadas, los peatones. Todo forma parte de la visual parisina. Desde la tradicional Avenue des Champs Elysèes, hasta el empedrado de una callecita angosta que desemboca en una cálida y cómoda librería que en la parte de atrás tiene una cafetería más linda y más acojedora aún. París es esto.
Ya es totalmente de noche y hace mucho frío. Difícilmente el termómetro supere los 0º, quizá pronto empiece a nevar. Me pongo las orejeras y le doy una vuelta más a mi bufanda. El frío ya es cruel, pero nada que no pueda solucionarse más tarde con un café al paso.
Miro mi reloj. Faltan 15 minutos para las 21hs. Sin pensarlo y muy decidido comienzo a caminar rápido hacia lo que probablemente sería la última posibilidad de llevarme el recuerdo visual más lindo que pueda tener en mi vida.
Caminé muy rápido. A cada paso continuaba sacando fotos, era imposible no detenerse y retratar algunas escenas tan pintorescas, tan únicas. Seguía caminando. El frío ya no importaba. Miré otra vez el reloj, solo tenía 8 minutos para llegar.
Las últimas cuadras casi las corrí, pero sin dejar de disfrutar cada paso. Llegué. Faltaba exactamente 1 minuto. Llegué exactamente al lugar donde quería. Busqué estratégicamente el lugar y bajo un cielo muy negro y lleno de estrellas y un frío que no dejaba pensar, me senté y simplemente esperé...
Las 20:59 se transformaron en las 21:00 y comenzó el show. Ahí me encontraba yo, sentado. Perfectamente centrado en el Champ du Mars, viendo cómo la Torre Eiffel comenzaba a brillar. Sin pensar en absolutamente nada, simplemente admirando la maravilla que tenía frente a mis ojos. Es increíble lo insignificante que uno se puede sentir ante algo tan imponente. Tenía al máximo representante de Europa frente a mí, esbelta y elegante con un juego de luces perfecto, casi soberbio. Un momento mágico. Mis ojos no se cansaron de ver destellar la Torre Eiffel durante esos 60 segundos. Destellos que parecían diamantes suspendidos en el aire. 60 segundos que parecieron ser infinitos. Infinitos como los recuerdos, eternos, detenidos para siempre en tiempo y espacio. Eso que va a quedar siempre.
Y así, casi por única vez en el viaje, retraté el momento y luego bajé la cámara para disfrutar lo que estaba viviendo. Algo tan instantáneo y único que se grabó en mi mente para siempre y nadie me podrá sacar por más que lo intente, hasta el último de mis días.
Sin lugar a dudas una de las típicas -y obligadas- excursiones que se hacen desde París es la visita al Palacio de Versalles. Ni más ni menos que uno de los Patrimonios de la Humanidad. Y sí, realmente es algo imponente. Sólo el hecho de decir que ahí vivieron los reyes y reinas más importantes de Francia nos hace dar una idea de lo único y majestuoso que es ese lugar.
A veces está bueno ir "más allá" de lo turístico, así se pueden descubrir joyas como la ciudad de Versalles, aquello que está oculto detrás de la fama de su Palacio.
"Versalles" en sí es una ciudad en las afueras de París, unos 20 km del centro de la ciudad. De hecho, una de las zonas más ricas y aristocráticas de todo Francia.
Si el tráfico está de buen humor es fácil llegar en auto, una media hora aproximadamente. También se puede llegar en transporte público, el RER (tren de mediana-larga distancia) tiene una estación ahí. Comodísimo. Lo importante es llegar.
Tan bella e imponente es la ciudad en sí, que en su momento se puso en duda en que Versalles sea la capital del país. Es mágico caminar en sus callecitas en las que se respira ambiente medieval mezclado con realeza, a su vez sin dejar de ser una de las principales ciudades de Francia. Recorrer Versalles es adentrarse en el 1700 y olvidarse por un rato del glamour moderno de París.
Como toda ciudad, Versalles tiene varios pueblitos. Cada uno tiene su encanto particular: el de las cafeterías y boulangeriès francesas, el del mercado de flores y huertas, el centro turístico; y el histórico St. Louis, el más cercano al Palacio de Versalles, con sus típicas calles adoquinadas y arquitectura antigua. Todo es mágico, casi salido de un cuento.
Es increíble cómo algo tan tradicional como una excursión al Palacio de Versalles vista con otros ojos resulta algo completamente diferente.
Vale la pena dedicar un día entero a recorrer Versalles: medio día para disfrutar de la típica excursión del palacio y sus elegantes jardines, y medio día para disfrutar del encanto de la ciudad y el ambiente aristocrático medieval que tanto lo caracteriza.
Dejando la ciudad atrás, al final del día, de vuelta a París... |
Dicen que una imagen vale más que mil palabras, y aunque esta ciudad tenga muchísimo para contar, una foto es algo tan simple y tan poderoso que cruza límites y deja que el que las ve cree su propia historia y viaje por sí solo.
No hace falta explicar mucho más... 15 momentos que capturan Florencia, Italia.
Cúpula de Brunelleschi |
Bajo el Sol de la Toscana |
Palazzo Vecchio |
Atardecer en las calles de la capital de la Toscana |
Ponte Vecchio |
Sobre el Ponte Vecchio, joyerías. |
Frío o calor, las tradiciones italianas se mantienen. Gelattería Bar Pontevecchio. |
Hace un tiempo navegando en internet encontré, sin querer, una foto que me dejó con la boca abierta. Un no-se-qué me llamó la atención… me cautivó. Era de ese tipo de fotos idílicas, con paisajes soñados, típica de un folleto de una agencia de turismo.
Exactamente 700 días después de haber encontrado la foto y de haberme prometido a mí mismo algún día viajar a “ese pueblito soñado” me encontré ahí. Era algo simplemente increíble. En ese preciso instante tuve por primera vez la mágica sensación de estar en el lugar correcto, en el momento indicado y que nada malo me podía pasar. Sentí felicidad.
11.436 KM exactamente recorrí para llegar de Buenos Aires a Heidelberg. Un pueblito perdido en el medio de Alemania, con un castillo medieval en lo alto de la montaña rodeado por un bosque de pinos, el río Neckar que pasa por debajo de un puente de piedra, y una aldea medieval con callejones y tiendas de juguetes artesanales de madera, librerías antiguas y chocolaterías.
Caminar por esta ciudad detenida en el tiempo es sumergirse en un cuento. Heidelberg es una representación casi perfecta de aquellos pueblitos de la Edad Media que leíamos y pensábamos que sólo existían en los cuentos de hadas. Acá existe. Todo es real.
Ese día hacía aproximadamente 0º.
El ambiente que se respira es ameno, cálido, a pesar del crudo frío invernal. Es la perfecta combinación entre la juventud universitaria que camina por la calle con abrigo, anteojos y sus libros bajo el brazo, y las familias que caminan agarradas de la mano, sonrientes, mientras dan un paseo por el centro de la ciudad.
18 hs marcó el reloj, estaba cayendo el atardecer, era la hora dorada. Definitivamente no es una hora cualquiera, es la hora donde las mejores vistas aparecen. El valle de pinos, los edificios medievales, el ayuntamiento, todo se teñía con los últimos rayos del sol.
Las calles pequeñitas eran un magnífico juego de luces y sombras, un escenario perfecto. Todo tenía un tinte entre misterioso y enigmático. Deleité mis ojos y mi cámara y saqué mis últimas fotografías.
Las calles pequeñitas eran un magnífico juego de luces y sombras, un escenario perfecto. Todo tenía un tinte entre misterioso y enigmático. Deleité mis ojos y mi cámara y saqué mis últimas fotografías.
El viaje debía continuar, y ya teníamos que partir hacia Frankfurt. Ese día había cumplido mi sueño, vi con mis propios ojos todo lo que me había cautivado de aquella foto. Ahí mismo comprobé el por qué de mi fascinación con un pueblo recóndito oculto en el sur de Alemania.
En la ruta me pregunté por qué Heidelberg no es de las ciudades más visitadas del país. Pensé que debería ser más conocida. Tiene una belleza inigualable, que vale la pena ser mostrada al mundo entero.
Pero por el contrario, lo que más me enamoró es justamente lo que la distingue y la hace única: su esencia medieval, sus paisajes de cuento de hadas, su gente y su encanto enigmático oculto bajo el anonimato.
Un sueño cumplido, un viaje soñado y hora de la felicidad.
700, 11.436, 18.
700, 11.436, 18.
El viejo continente. Un viaje transatlántico que nació como vacaciones de placer y terminó siendo eso: un viaje. Un viaje mental, un cambio de ver las cosas. Un shock.
11.063 km de Ezeiza a Charles de Gaulles (Aeropuerto de París), pasando por España y sobrevolando África, Marruecos, Mauritania.Un viaje... porque del simple hecho de saber que en 14 horas pasas de Buenos Aires a Marruecos es movilizador.
Para organizar el viaje, lo primero que hice fue comprarme una agenda. Vuelos, tours, boletos de tren, hoteles y horarios no se iban a preparar ni ordenar solos... No se me ocurrió mejor lugar que Monoblock (una cosa es mejor que la otra). Fui, y vi que aparte de agenda, tenían cuadernos anotadores. Todo venía bien. En un viaje, aparte del avión lo que más vuela es la mente, y quién no se va a sentir inspiradísimo sentado frente al río Sena mirando la Torre Eiffel (cliché, pero muy cierto).
Acá viene lo sorprendente. Amo la fotografía, las cámaras, la creatividad, el diseño y elegí la agenda del genio de George Meliès, creador del cine y referente de inspiración. Francés. París, Francia. Justo. Cultura + fotografía + cine + diseño + viaje... todo coincidió. Meliès volvió a donde pertenece, Francia y me sirvió para anotar todas mis experiencias, inspiraciones, ideas, datos, recetas, apuntes de viaje.
De antemano sabía que iba a ser un viaje fotográfico. De hecho, 40 GB de fotos en casi un mes recorriendo Europa avalan lo que digo. Lo que no sabía era que me iba a descolocar tanto. Conocer, fotografiar, preguntar, mirar, anotar, recorrer. Hasta vivir por un tiempo como viven en la otra punta del mundo.. eso es derribar fronteras. Hubo momentos que no tuve ni fuerzas para levantar la cámara, sólo para poder disfrutar de lo que estaba viviendo.
Pararse un rato en Champ de Mars simplemente a observar cómo la gente camina, se viste, va al trabajo, maneja, cruza la calle o se come un croissant... eso es derribar fronteras. Es una experiencia. Definitivamente todo el mundo debería tener la posibilidad de conocer que existen otras realidades tan diferentes y tan increíbles.
Es sorprendente, y aunque el mundo es uno solo asustan las diferencias.
Obviamente, ya estoy planificando volver en el primer momento que pueda. Nada mejor que pensar la próxima aventura. Recorrer, conocer, fotografiar son mis pasiones, y si se disfrutan entorno a otras culturas, en otros países, mejor.
Cuando Vik Arrieta (dueña de Monoblock, mi agenda creativa de George Meliès) dijo que "hay que ser feliz con lo que tenemos mientras trabajamos para lo que queremos" nunca fue una frase tan cierta y acertada. Hay que vivir el hoy, felices y disfrutar los momentos, pero trabajando y luchando por lo próximo que querramos conseguir. Sea lo que sea. Acá, en la China o como yo, sin un objetivo puntual, sin lugar fijo, pero con un sueño claro: seguir cruzando fronteras y recorriendo el mundo.
Soy fanático de sentarme en una cafetería a leer, editar fotos y mirar en detalle el movimiento del lugar. Es increíble lo que se puede aprender con el simple hecho de observar. Así hice en LAB, una cafetería que abrió hace muy poco, pero le veo muy buen futuro.
Soy de esos que disfrutan de leer cómodo con una buena taza de café al lado. Eso hice: llegue, hice mi pedido, me senté, leí. Paré. Miré el armado cuasi artesanal de los cafés, seguí leyendo y seguí disfrutando del lugar. El macchiato que me había pedido combinaba perfecto con el libro y la atmósfera tranquila del lugar. Pero el café merece un espacio aparte.
Es genial encontrar este tipo de lugares en los que uno se siente rápidamente cómodo. No sé qué fue, pero me mimeticé al instante.
Ahora lo importante: en pocos lugares en la ciudad son tan fanáticos del café y tienen tanta pasión -y paciencia- para explicarte todo el proceso, los granos, los tiempos y las temperaturas que lleva el preparado de un buen café. Son expertos. Expertos y apasionados, se nota.
(De ahí el nombre LAB. Es un laboratorio de café. Con tasting-cupping incluido. Acá se aprende a ritualizar y degustar el café. Desde que cruzas la puerta).
Como dije, pedí macchiato (significa 'manchado' en italiano. Café espresso manchado con unas gotas de leche = felicidad. Y la llevo escrito en mi apellido. Una posible razón de mi devoción por el buen café). Aunque no soy experto, apenas lo probé sentí algo diferente, era más espeso. Debe ser a lo que le llaman "cuerpo". el gusto era exquisito, con un dejo dulzón, nada fuerte. Simplemente rico.
Conclusión: acá se sirve café del bueno... y todo lo que vine tomando hasta el momento es agua con colorante y cafeína. Y encima te enseñan a disfrutarlo.
(De ahí el nombre LAB. Es un laboratorio de café. Con tasting-cupping incluido. Acá se aprende a ritualizar y degustar el café. Desde que cruzas la puerta).
Como dije, pedí macchiato (significa 'manchado' en italiano. Café espresso manchado con unas gotas de leche = felicidad. Y la llevo escrito en mi apellido. Una posible razón de mi devoción por el buen café). Aunque no soy experto, apenas lo probé sentí algo diferente, era más espeso. Debe ser a lo que le llaman "cuerpo". el gusto era exquisito, con un dejo dulzón, nada fuerte. Simplemente rico.
Conclusión: acá se sirve café del bueno... y todo lo que vine tomando hasta el momento es agua con colorante y cafeína. Y encima te enseñan a disfrutarlo.
Dicen que una manera de vivir la realidad es siendo turista en su propia ciudad. Y así lo siento a veces. El aire que se respira en LAB no se respira en otros lugares. Muchos extranjeros para charlar, gente que va a pasar un buen rato y disfrutar de un buen café. Gente que saca fotos y gente que lee un libro. Gente que se pierde en la pantalla de su computadora y gente que charla... en varios idiomas.